Ese hermoso antihéroe llamado Joey Ramone

Hace 10 años fallecía la voz del legendario grupo




“Si he visto más lejos ha sido porque he subido a hombros de gigantes”, aseveró alguna vez Isaac Newton. De algún modo, esas criaturas frágiles y poderosas que somos los hombres, requerimos de seres cuya dimensión -espiritual y humana- nos inspiren. Y si algo compendiaba la figura de Joey Ramone era estatura -en centímetros y talento- así como la inexorable capacidad de inspirar a los otros. Billie Joe Armstrong, líder de Greenday y uno de los innumerables deudores del legado de The Ramones, supo decir: “Siempre digo que el mundo es un mejor lugar gracias a Joey Ramone”.

Y es que esta pandilla de indeseables, indómitos y directos, artífices de canciones tan veloces como excitantes, de pequeñas piezas pop sostenidas por sucias paredes de distorsión y agitados por coros urgentes, son posiblemente una de las bandas más influyentes en la historia de la música. Y es que pocos músicos sucedáneos continuaron su vida del mismo modo al ver a estos fabuloso cuatro de Queens. Es curioso que los muchachos que le cantaban a la abulia y frustración juvenil, hayan dejado tan claro de que lado pertenecen en esa línea que divide al mundo: los que pasan por la vida y los que la atraviesan. De este último lado dejaron sus huella visible los Ramones, con Joey y sus piernas bien abiertas mientras tomaba el micrófono arengando: ¡1, 2, 3, 4!

Nacido en mayo de 1951 en Ney York con el nombre Jeffry Ross Hyman, este hijo de madre experta en arte tuvo su primera chispa con el rock gracias al carisma de Keith Moon -baterista de The Who- que hizo que le obsequiaran su primera batería. Pero a medida que fue creciendo, su desidiosa vida sin ningún horizonte ni caminos, hartó a su familia. Dee Dee, Tommy, Johnny y Joey Ramone vivían en la misma cuadra cuando eran adolescentes y compartían la afición por el sonido crudo de The Stooges, el pegamento, el alcohol y la vagancia. En su prontuario no sólo figuraron líos con la policía sino también alguna internación psiquiátrica. Pero así como su obra lograría luego ese impacto en tantos jóvenes del mundo, fue la música la que le brindó una luz: “Cuando era adolescente tuve que atravesar un montón de mierda. Encontré mi salvación en la radio. La primera vez que escuché a los Beach Boys me impactó. Pero los Beatles fueron los que me convirtieron en un fan. Y más tarde los Stooges, que me ayudó mucho en mis períodos oscuros. Me ayudaban a sacar afuera la agresión. Nadie andaba armado en aquellos años, ningún chico llevaba armas a la escuela. Bastaba poner música fuerte que te hacía sentir bien”.



Los ‘70 veía el rock convertirse en una carrera donde las estrellas se codeaban con el jet set o competían por ver quién tocaba más notas. La música nacida para liberarse estaba siendo enjaulada por su propio sistema y convenciones. Y entonces aparecieron los Ramones, con esa actitud de pandilla acentuada en el “apellido” común de los integrantes (tributo a la falsa identidad de Paul Mc Cartney al alojarse en los hoteles) y esos temas de dos minutos, algo así como las melodías sencillas de los primeros Beach Boys interpetrados con mugre Stooges y letras nihilistas como la Velvet, pero sin intenciones arties ni beat. El mote punk (tonto) parecía sentarles bien a estos chabones que sin embargo, eran mucho más listos y profundos de lo que parecían. El tiempo demostró que su canciones son veloces, pero no efímeras.

The Ramones alcanzaban un nivel heroico precisamente por la falta de ambición en su postura: cuatro chicos parados, tocando a toda velocidad, con ese desgarbado espantapájaros de movimientos torpes y una voz grave pero extrañamente conmovedora, que inicialmente fue el batero pero pasó al frente por no poder seguir la velocidad de sus compañeros y por no tener un look que imite a Jagger o Iggy.

De a poco sus incendiarias actuaciones y su urgentes canciones de amor, drogas y alienación social se erigieron como himnos para jóvenes del mundo entero que le declararon su lealtad. Porque los Ramones son una de esas bandas que se aman, con la inocencia que se adora a la primera novia y con la energía que se tiene sexo en un baño con la más cariñosa del barrio.

Con incursiones y variaciones, pero con una identidad definida e inconfundible, algo más de dos décadas de carrera tuvo la banda de este liberal de izquierda que lamentaba que los skinheads asistieran a sus shows y que paradójicamente, se despidió con un disco solista llamado Don’t worry about me, antes de fallecer por un cáncer.

“Supongo que todo terminó y que todo está hecho/ Pasamos juntos muy buenos tiempos y nos divertíamos mucho” rezaba una de sus canciones. Hace exactamente 10 años el hombre alto se elevaba como nunca y llegaba al cielo. El mundo allá abajo, ese que lo miró con admiración y extrañamiento, ¿sería mejor? A pesar de la violencia, las frustraciones, el pegamento, el desempleo, las guerras y la televisión, almas genuinas y radiantes como la de Joey demostrarán que aún cuando todo parece perdido este es -como cantó en sus días finales- “un mundo maravilloso”.
Fuente