En noviembre dará aquí su primer show después de que le diagnosticaran cáncer. Dice que está estupendo y reflexiona sobre el paso del tiempo, la devoción de las mujeres y, claro, de su relación con la Argentina.
Serrat vuelve. Sereno y vigoroso como un viejo marino que viene de remontar océanos encrespados. Marejadas de las que sus fanáticos se enteraron en octubre del 2004, cuando él anunció —sin dramatismo y sin otra chance— que debía suspender la gira Serrat sinfónico para ser operado de un cáncer de vejiga. Un año después, a los 61, regresa intacto: con el viento en las velas; sin zozobras y sin deseos de mirar atrás. En una gira con nombre de auspicioso parte médico: Serrat 100 x 100. Las entradas para los dos primeros shows porteños, el 17 y 18 de noviembre en el Gran Rex, se agotaron en apenas 48 horas. Habrá dos fechas más en Buenos Aires y, luego, presentaciones en Salta, Tucumán, Córdoba, Rosario, Mendoza, Mar del Plata, Neuquén y otras ciudades.
Desde 1969, cuando viniste por primera vez, el público argentino siente una especial devoción por vos. Tras el miedo a perderte, es difícil imaginar el nivel al que habrá trepado ese fanatismo. ¿Cómo lo imaginás vos?
Si pudiera, querría apartar a la gente de una manera definitiva, como lo he hecho yo, de la historia de mi enfermedad. Estoy estupendamente. Es una historia superada y preferiría que el público la olvidara al venir a escucharme. No quiero entrar en el lagrimón y no es por una cuestión de aprensión; al contrario. Lo importante es poder estar aquí para contarlo. Y también, si sirve, para ayudar alguien que lo necesite. No me molesta hurgar en esta historia si eso permite que otro entienda que todo es superable y que, si no, hay pelear hasta que se tenga fuerza.
Su voz, que llega por teléfono desde las orillas del Mediterráneo, parece la de un hombre razonablemente satisfecho con su vida. Joan Manuel Serrat es una suerte de sibarita sin egoísmo; defensor, ahora más que nunca, del goce terrenal sin estridencias. Antes que mito, prefiere sentirse un músico al desnudo. Serrat 100 X 100 lo encuentra por estos días en España, tocando su guitarra con la única compañía de Ricard Miralles en piano. Recreando, en tono intimista, fragmentos de la eternidad: Menos tu vientre, Mediterráneo, Tu nombre me sabe a hierba, Esos locos bajitos y tantos otros. El decorado también invita a la intimidad: una mesa de café, dos copas y una botella de vino.
Los médicos te habían impuesto algunas restricciones, como no tomar vino. ¿Ya podés beber, llevar una vida normal?
Sí. Antes también podía llevar una vida normal. Mucha gente lleva una vida normal sin tomar vino, aunque tú no lo creas (ríe). No, en realidad, ya no tengo restricciones. Estoy en excelentes condiciones físicas y mentales. Si no, no podría soportar una serie de actuaciones tan intensas.
¿Por qué decidiste pasar del abrigo de una sinfónica a una suerte de "nudismo musical"?
No lo sé. A lo mejor fue un efecto rebote, aunque no lo creo. Tenía ganas de montar un proyecto sólo con piano y guitarra: que me diera una gran libertad de funcionamiento y que me obligara a recrear todas las canciones que forman parte del concierto. Fue un trabajo grande y bastante duro: tuvimos que trabajar tres meses con Ricard, a pesar de que conocíamos muy bien las canciones. No buscamos un repertorio antológico ni un hilo conductor; simplemente, canciones que caminaran bien unas con otras.
En medio de la gira estás componiendo canciones para un disco en catalán. Parece que es más que una bella metáfora eso de que la inspiración te llega trabajando.
Compongo en medio de una gira que yo mismo he promovido como trámite de urgencia. Necesitaba recuperar toda mi intensidad personal, sentirme bien. Después de la operación y de la recuperación, tuve la necesidad de ponerme a prueba duramente: por eso salí a tocar con este formato y, a la vez, me impuse el compromiso de presentar el próximo disco, en territorios catalanoparlantes, a partir de abril del año que viene.
¿Mitiga las angustias existenciales seguir trabajando y tener una gran obra detrás? Cuando le aseguraron a Woody Allen que iba a seguir viviendo en sus películas, él aclaró que preferiría seguir viviendo en el living de su casa...
(Ríe) Lo comparto. Yo preferiría seguir viviendo en mi casa antes que en mis canciones. Pero no me comparo con Woody Allen: por desgracia, no tengo su talento; por fortuna, no tengo los fantasmas existenciales que lo corroen.
Lo del talento habría que discutirlo. Y en cuanto a los fantasmas..., ¿por qué escribiste canciones como "Cuando me vaya" o "Si la muerte pisa mi huerto" para el disco "Mi niñez", en 1970?
Comparto tu duda. A veces, también me lo pregunto. Pues no lo sé. Me satisface haberlo hecho en ese momento y, a la vez, lo siento mucho: ahora podría contar muchas más cosas sobre el tema y desde otros puntos de vista. Pero mejor dejarlo ahí. No sé cómo me atreví a escribir sobre la muerte a aquella edad; tal vez lo hice por ignorancia.
Alguna vez dijiste que no eras nostálgico. ¿Cómo puede gustarte el tango, entonces, más allá de que tu padre lo cantara?
Yo trato de no sembrar nostalgia. Porque lo más hermoso es el presente y porque, además, es lo único que existe. Trato de no vivir arropado por la melancolía, lo que no quiere decir que no recuerde, que no tenga memoria, que los hechos no me dejen regustos en la boca y en el corazón.
¿Seguís pensando que la infancia es la única etapa en que la felicidad puede ser muy intensa y perdurable?
Sí: creo que la niñez es la época de la felicidad, de la riqueza, de la maravilla. Incluso en las niñeces que son tan plácidas, uno parte de un estado puro. Luego no hay tiempos completamente luminosos: van apareciendo fantasmas, nubarrones, desastres.
Hay un poema en el que Borges recuerda cuando le comunicaron la muerte de su abuelo en metáfora de viaje. Dice: "Yo era chico, yo no sabía entonces de muerte,/ yo era inmortal;/ yo lo busqué por muchos días por los cuartos sin luz."
Sí, es verdad. En la niñez, la muerte es algo que les ocurre a los demás: apenas una curiosidad; salvo que te toque muy de cerca y te marque para siempre.
Aunque ya no sos un chico, parecés bastante feliz con tu vida...
La felicidad es algo por lo que hay que pelear cada día y que no te llega en grandes dosis. Yo no soy un conformista: no me quedo con lo que me ofrece cada día, busco. Lo he hecho siempre. Llevo una relación bastante saludable conmigo: no tengo grandes rencores ni grandes broncas hacia mí... En realidad, a veces tengo algunas, pequeñas, que procuro resolver. Hasta el momento, lo he conseguido por mis medios: nunca en mi vida fui al psicoanalista.
En Buenos Aires eso suena más raro que en España...
Lo sé. Pero yo he resuelto mis conflictos con el fontanero. El destino me ha dado ventajas: un buen origen, buenos padres para empezar a caminar, amigos, y vidas importantes que coincidieron con la mía por un tiempo largo o breve...
Cuando cumpliste 30 años con la música, dijiste: "Empecé a cantar porque hacía más fácil tocarle el culo a las chicas. Cuando decía que era agrónomo me miraban como si nada". ¿Se sumaron motivaciones en los últimos años?
(Ríe) Fue una manera de decir las cosas, no tenías por qué tomarla al pie de la letra... Pero es cierto; por ahí va la historia... No es que me convirtiera en un cantante profesional sólo para eso. Empecé porque me gustaba la música, y luego comprobé que valía la pena ahondar en el estudio y que daba mejores réditos en cuestiones afectivas. Hoy, en cambio, hacer canciones es, para mí, como echar para afuera cosas que me aprietan por dentro: compartirlas.
Fuiste y seguís siendo una especie de símbolo sexual...
Bien que me gustaría, pero....
Al menos, muchísimas argentinas de tu generación estaban enamoradas del Che Guevara y de vos, incluso en un orden inverso....
Ahí tienes: las de mi generación no están para muchos trotes.
Tengo la sensación de que sus hijas también te adoran.
Ahí estamos mejor (ríe).
¿Te molesta, en este aspecto, el paso del tiempo?
Me preocupa más en otras cuestiones, te lo confieso. Por ejemplo, en la urgencia por hacer cosas. El paso del tiempo te hace tomar noción precisamente de eso: del valor del tiempo. Cuando uno es joven lo despilfarra. Ahora sé que no estoy para despilfarrar ni un instante. Más allá de la salud, del amor y de la amistad, el tiempo es lo más valioso que tengo, y lo cuido con esmero. No he pasado la experiencia de mi enfermedad en balde. Hay historias de las que uno no se desembaraza, pero que te sirven para valorar de otro modo la vida.
Por último: Joaquín Sabina dijo que venía a la Argentina "para acabar con Serrat, Paul McCartney y los Stones, que son moda este año..."
Está bien, que lo intente. Me alegra que haya vuelto a tomar las armas. A las recuperaciones hay que presionarlas de algún modo. Además no le temo: con su vuelta todos recuperamos a un gran músico, y yo a un gran amigo.
Es un reportaje que salio en el diario Clarin...........,besosssssssssssssss