“Tengo una misión y la voy a cumplir”

El polifacético Carlos Rodríguez (ex Miss Muerte, Il Carlo o Nekro) es uno de los motores creativos más inquietos del rock argentino. Ahora prepara un disco de ¡cuarenta! canciones llamado Freesbee y acaba de lanzar mil copias de Benjui Jambouree, su (hasta ahora) último trabajo que salió en vinilo solamente en Buenos Aires y San Francisco. BBK ataca a Buenos Aires desde arriba del skate.






El departamento de Boom Boom Kid, perdido en la metrópolis de Once, podría ser un museo conservacionista de los últimos cuarenta años de la cultura pop y una irresistible tentación para un niño terrible de tres años de comportamiento endiablado. Un Brian Wilson a colores adherido a la pared, un muñeco de cuarenta centímetros de James P. Sullivan, asustador estrella de Monsters Inc., en la mesada de la cocina botellitas de cerveza de países remotos, volantes de conciertos en inglés, un poster de Godzilla, un maniquí con peluca y camisa hawaiana que vigila el baño, muchos pero muchos discos y un felino azabache de ojos amarillos que se desliza silencioso entre las patas de la mesa del comedor. Imaginen que eso es sólo el dos por ciento del inventario total de curiosidades que forman parte de su mundo privado. “Es como una pequeña pantera, ¿viste?”, dice orgulloso su dueño mientras le acaricia suavemente el lomo. No hay dudas. Es como una pequeña pantera.
Uno de los cuentos de terror favoritos de Carlos Rodríguez (ex Miss Muerte, Il Carlo o Nekro) es El gato negro, de Edgard Allan Poe. Y es difícil creer que el escritor norteamericano no haya imaginado otro gato que ése que ahora deja el calor de los brazos y se acurruca en la mesa junto a un mini familiar plateado de todo x 2 pesos que mueve una pata a repetición en señal de saludo a quienes cruzan la puerta. Ahí está el primer link. De aquí en adelante, intenten no perderse. De lo contrario, sigan los links.
Son las seis de la tarde de un miércoles pesado en Buenos Aires. Afuera, el mundo se viene abajo. Dos horas atrás se largó una lluvia infernal que pinta durar un buen tiempo y en la calle todos rajan a refugiarse en el techo más cercano. Adentro, en un séptimo piso, Boom Boom Kid, con un resfrío que amenaza mutar en gripe, mira hacia las nubes, abre un poco más la ventana y se dirige al equipo de música. Está descalzo, pero el departamento es cálido. Toma un CD (algo extraño en esta casa) y pone play. “Esto se lo dio un pibe argentino a un amigo en Estados Unidos, y después me llegó a mí. Está buenísimo.” Se trata de un CDR con versiones instrumentales de Fun People y BBK en violín y piano, interpretadas en vivo, a juzgar por los aplausos, en un bar. El pibe es un bahiense que vive en el gran país del Norte y decidió rendir homenaje a la música de los dos últimos proyectos sonantes de Boom Boom Kid. “Me siento Beethoven, man. Está buenísimo lo que hizo con la música porque es muy loco poder leer las canciones de otra manera, con gran respeto; la verdad es que me gustó mucho”, reconoce con timidez uno de los motores creativos menos difundidos y más rabiosos e inquietos del rock argentino.
“Siempre me mantengo dándole masa para agilizar la mente y borrar todo indicio de normalidad, o al menos de la clase de normalidad que no me gusta: la del estancamiento mental”, confiesa. “Es lindo vivir en la ciudad y hacer cosas que te gustan, por eso a la mala vibra de la ciudad la espanto haciendo música, componiendo, dibujando, dando amor. A veces me agobia y odio la humanidad, la odio, pero eso en algún momento lo sentimos todos.”

–¿Hacés música para canalizar ese odio?


–Es que si yo no hago esto... me enfermo. Y tengo la filantropía como algo nato, propio. Entonces se me presenta un dilema. ¿Cómo lo resuelvo? No me doy vuelta chupando o drogándome todo el día, y tampoco me doy vuelta pegándole a otro tipo porque es de otro país o porque es de otro color o tiene el pelo diferente al mío. Yo no soy así. ¿Qué hago entonces? Me tranquilizo. Alguna gente va al fútbol y putea. Yo cuando no tengo la guitarra, tengo el lápiz y el papel. Y esto que soy hoy, ya mañana no lo soy. Soy el futuro.
No pasó ni un cuarto de hora y Boom Boom Kid se levanta rumbo a la cocina, deslizándose con el mismo sigilo que su pantera azabache. Regresa con dos tazas de café y se acomoda en un sillón. Pero sólo durará allí unos instantes. Al rato se vuelve a levantar y trae unos dibujos hechos por él a puro crayón negro de figuras de la “mal llamada música soul”. Ray Charles, Aretha Franklin, Lee Dorsey (leyenda del funk y el R&B que Carlitos descubrió a través de los Clash, quienes lo rescataron y se lo llevaron de telonero en su última gira), Gil Scott Heron, The Supremes, Otis Redding y hasta Prince, a través del ojo de Boom Boom. Los dibujos son realmente buenos. Me comenta que estuvo a punto de llevarlos a Brasil para una exposición, pero admite que se colgó. Aún debe que terminar una película (ver BBK va al cine), prepara un próximo material de ¡cuarenta! canciones que verá la luz en el invierno llamado Freesbee y acaba de lanzar mil copias para coleccionistas de Benjui Jambouree, su (hasta ahora) último disco, que salió en vinilo solamente en Buenos Aires y San Francisco, donde el año pasado editó un Best of. Sin olvidar sus giras por Estados Unidos junto a los Gummy Bears, su proyecto con Rude Boy Scorcher y la aparición del fanzine Godzuki (¿alguien se acuerda del simpático sobrino de Godzilla creado por Hanna Barbera?) Ataca Buenos Aires. Ufffff...

–Escribís, componés, dibujás, filmás y te involucrás en todos los proyectos. ¿No te cansás de Boom Boom Kid?


–Lo que me cansa es la demanda. Mi sello discográfico soy yo, una sola persona. Yo compongo las canciones –algunas con la banda–, hago la tapa, soy mi distribuidor, hago los shows. El disco lo mando yo a fabricar y lo espero yo. Lo que me pone triste es no poder mandar los discos a los lugares que me gustaría y dárselos a quienes me los piden. Bandas como Fun People o Boom Boom Kid o artistas como Juana Molina son conocidos por una entrevista o por una página de Internet porque no tienen mucha exposición. Yo no puedo llegar a todos lados, man. Y en los últimos años llegó mucha demanda y entonces tengo que viajar. Ahora mismo estoy lidiando con este tipo de cosas que me dan mucha tristeza. Del nuevo álbum, Benjui Jambouree, hay 250 copias en Estados Unidos. Yo sé que este disco si lo fabricaran más tal vez se vendería más, pero no es el sentido. Ahora hice una gira por todo el país y era feo no poder vender un disco, porque yo los vendo en los shows, y cuando me voy, ya fue, ¿dónde lo consiguen? Es lo único que me cuesta. Lo demás es divertido.

–Tus shows siguen siendo un espacio donde los pibes se entregan al mosh y al baile. ¿Aún te divierte que eso suceda?


–Sí, está buenísimo, porque es un baile re lindo, no hay piñas como cuando yo empecé, que había siempre. Y creo haber sido parte del cambio: que haya baile y buena onda y no bardo y trompadas. Es copado poder cantar, mirar hacia el costado y ver a diez pibes bailando con vos. Eso no tiene precio. Más que nada porque nosotros no damos ni un espectáculo, ni un show.

–¿Qué es entonces?


–Benjui Jambouree. El jambouree es como el llamado a las tribus. Los americanos tomaron eso para referirse a una jam (improvisación). Es una palabra africana que alguna gente usaba para traer a los espíritus a través del canto. Benjui es una palabra hindú que refiere a una esencia que rompe los malos augurios, la mala vibra. Es un llamado a romper todos los maleficios. Y yo voy a eso, a romper los maleficios. Entonces, cuando vas a sacarte el problema que tenés con vos mismo, listo. Sucede que sin querer hay recepción, y está buenísimo. A mí la música me trae paz, por más que escuche Morbid Angel o Napal Death. Yo tengo una misión y la voy a cumplir. A veces la logro y a veces no, pero no pregunto a las personas si les gustó el show. Les digo: “¡Qué bien que nos hicimos, man! Gracias por venir”. Porque sin ellos tampoco se podría generar esa energía. ¿Sabés la energía que tienen muchas personas concentradas en una sola cosa? Yo no soy un tipo que crea en Dios o en alguna virgen, pero creo en algo, soy creyente, necesito creer en algo. Es la naturaleza del hombre. Creo en mis amigos, en mi pareja, en el amor y en la música como sanadora y con el poder de cambiar el mundo.

–¿Qué sana la música en vos?


–A mí me puede doler todo el cuerpo y estar re mal, pero después de tocar estoy hecho una seda. Me ayuda en todo sentido. Es una herramienta para transmitir las ideas que tengo sobre mi forma de vivir. No soy una persona que da consejos, pero sí me gusta tirarte algo, decirte buenas cosas, tirarte un link, me gustan los links. ¿Ves ese disco que tengo ahí de Daniel Johnston? Bueno, a mí Nirvana no me gusta, aborrezco Nirvana, y vi en una revista que le hacían una nota al chabón (Kurt Cobain) y tenía una remera con la tapa del disco Hi, how are you, y el comentario era que ese Johnston estaba muy loco y hacía una música muy buena; como un nuevo Brian Wilson. Y ese disco lo vi en una remera de Cobain. La verdad es que suelo hacer ese tipo de pelotudeces (risas). Intento tirar mis links, aunque no me los levante nadie. Ese es el juego del rock and roll, y yo soy un rockero nato.
Carlitos es ovo-lacto-vegetariano (no come carne, pero sí derivados), no toca para municipios, defiende la igualdad de géneros, se opone a la violencia (suele parar sus shows si la cosa se pone espesa) y pregonó cuando nadie se animaba el “hardcore gay antifascista” junto a Fun People, combo que lo acompañó hasta el inicio de esta década y que dejó su lugar a Boom Boom Kid, luego que éste asesinara a Nekro una calurosa noche en Cemento hace casi ya diez años. El mismo define su música como un “crossover de géneros”, donde Judy Garland, Beach Boys, Los Pasteles Verdes, Bo Diddley y Slayer conviven con Leonardo Favio, William Burroughs y el espíritu anarquista de Paulino Scarfó y Severino Di Giovanni, cuyo rostro ilustra toda la portada de The art(e) of romance de Fun People. Así es Boom Boom Kid. No pierdan el link.

–Siendo un rockero nato, ¿cómo ves hoy al rock?


–Siempre vivo, pero con diferentes nombres. A veces cuando me dicen “ah, ésa es una banda punk”, yo digo “no, man, punk es nostalgia, y yo no soy nostalgia”. El punk del año ‘79 ya era nostalgia, y eso no es para mí. Nostalgia no soy, soy algo nuevo, trato de crear algo nuevo, aunque lo escuches y te parezca un estilo viejo. Bueno, yo estoy intentándolo. Trato de ser auténtico en lo que hago porque original sé que no soy; no inventé nada. Al menos trato de que lo que hago me convenza.

–¿Estar siempre en movimiento es una forma de evitar el estancamiento?


–Totalmente, porque no me gusta el estancamiento. Mi naturaleza, desde muy pequeño, fue otra. Por eso con la otra banda y con ésta siempre nos quisieron encasillar. Tocamos en un festival de death metal sin ser death metal, y nos aceptaban. También nos invitaban a tocar con bandas hardcore y, sin ser hardcore, nos aceptaban. En mi casa se escuchaba desde jazz hasta un tango o un heavy metal zarpado, y el tocadisco era el centro del universo. “Ahora me toca a mí” (risas). Y así pasaban Viglietti, Zitarrosa, Eddie Pequenino, Bill Halley, rockabilly... y eso es lo que hago yo. En un disco mío puede haber diferentes ritmos que están en mí desde el vamos.

–¿Te ves con Boom Bom Kid diez años más?


–Con Boom Boom Kid estoy bien, los compañeros son muy buenos, puedo viajar por todas partes del mundo con mi valijita y mis cancioncitas y tengo una orquestita en cada lugar donde voy, lo cual es una bendición que me ha dado el rock. Como soy un solista en un mundo de bandas, para mí es complicado porque está todo hecho para las bandas, no para los solistas. Al menos acá sucede eso; no quieren solistas de rock. No me gusta mantener una banda si no hay onda, porque se convierte en un matrimonio que no se separa por los chicos. Cuando salí como solista era uno de los pocos, porque no había muchos dentro de la escena musical argentina, y el hecho de que haya salido como solista y bancármela así, les dio impulso a otros. Y cuando salió lo de la publicidad de zapatillas, ni te digo.
Hace unos años, Carlos realizó una publicidad gráfica para las zapatillas Vans (calzado que usaban los primeros skaters californianos a comienzos de 1970), donde aparecía parado en el techo de una vieja casa con un cielo hitchcockiano de fondo, tal vez mirando hacia Chappanoland, el cementerio que construyó para enterrar las plagas de la guerra, la envidia, el ego, la maldad y las fronteras. Algunos lo criticaron duramente porque, se supone, su figura, emblema de la independencia y la autogestión, no debía verse involucrada con una marca. El no lo ve así.
“Mirá, Henry Rollins lo hizo y también Lemmy de Mötorhead. ¿Quién le puede decir algo a Lemmy, man?”, dispara. “Y después que yo hice eso estaban todos los personajitos del underground en la Rolling Stone que me crucificaron. Estaban todos, todos. ¿Quién habló de ellos? Nadie. Es difícil a veces cuando sos el primero en algo. Fue un problema personal de un periodista que tuvo una película conmigo que no era. Después se pusieron con personas de otros diarios en la puerta de La Trastienda y les preguntaban a los pibes: ‘¿Viste qué mal lo que hizo Nekro con las zapatillas?’. No importa, ya está. Pero a veces te la comés, man.”

–¿Pensás que el rock argentino es machista?


–Sí, el rock lamentablemente es una cosa machista, pero si te ponés a pensar no tiene nada que ver. Jim Morrison usaba pantalones de cuero y era un sex symbol, porque los pantalones de cuero venían de una escena súper gay y él los tomó de ahí y de ahí vienen. Morrison se los ponía porque en realidad curtía de los dos lados. Y Rob Halford, cantante de Judas Priest, fue el emblema de la vestimenta de heavy metal. Qué pena que Rob no se dio vuelta para decir lo que era en los ‘80, porque hubiese estado buenísimo. Los que son muy machistas no quieren aceptar su lado femenino y entonces lo hacen de manera burda.

–¿A los rockeros les cuesta hablar de amor en una canción?


–No quiero meterme con eso porque hay muchas bandas argentinas que no voy a escuchar sus discos ni a compartir escenario, pero tienen un grave problema. Algunos no saben cómo llamar la atención y no pueden aceptar que haya gente nueva haciendo cosas en la escena, entonces se tiran de un balcón. No da decir “vamos con el paco” o “vamos a chorear” o “vení, loca, que te toco el culo”. Esa es música para dañar y tiene que ver con algo viejo, caduco, no con un músico de rock. Si eso es el rock argentino, yo no formo parte de él.





BBK VA AL CINE

Minianimalismo

“Ahora estoy editando la música de un film que hice con un (órgano) Hammond. Quería decir un montón de cosas y creo que las dije. El título del film es Charla y debate sobre el hundimiento y el crecimiento, ascenso y descenso de la creación y la creatividad, de la reconstrucción y la construcción entre la materia y la antimateria, viva y muerta, tú y yo, ellos, todos y nadie, vivan todos. Son imágenes mías en diferentes partes del mundo y es bien minimalista, porque está hecha con un teclado y no mucho más. Ahora le voy a meter un recitado y quiero que vaya con imágenes; quiero que sea como un río.”




EL AFTER CROMAÑON

Surfeando nuevas olas

“Cromañón fue el chivo expiatorio perfecto para que suceda lo que sucedió. Antes organizaba un show en el garage de mi casa y listo, lo organizaba. Ponía un escenario y punto, ya estaba. Con la plata que sacabas por ese show podías grabar un disco en un estudio más o menos y todo estaba bien, y así la cultura se expandía; pero eso se cortó porque alguien decidió que se corte. Y pensás: acá hay alguien que está haciendo esto con mucha cizaña, algo muy dañino. Por algo está todo tan concentrado: acá un festival, allá otro festival, acá se toca, allá no. Es una mentira que no hay lugares para tocar, pero está todo adornado y es complicado. Lamentablemente a veces entiendo tanto esto que me escondo más y no me dan ganas de salir. Este año que pasó he roto mi miedo a los festivales. Tiré mi tabla de surf e hice surf con las grandes olas y salí intacto. Era algo que no quise hacer por mucho tiempo, y ahora no tengo problema en hacerlo, siempre y cuando no haya un sponsor que tenga que ver con la matanza de animales o que degrade a las personas por el lugar de donde vienen, su color o su sexo.”




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