El último testamento
Entre finales del ‘79 y comienzos del ‘80, The Clash lanzaba su manifiesto, que encapsuló un momento particular del rock & roll, le dio un nuevo sentido a la banda en su abrazo con géneros y banderas, e hizo llegar su mensaje a latitudes impensadas. Su tapa emblemática y la influencia en el diseño es desmenuzado por TTM, Attaque 77, Los Violadores, NormA y Karamelo Santo.
El último 21 de septiembre, Paul Simonon debería haber llegado en andas al Palladium de New York. Allí donde 30 años antes partió a la mitad el mango de su bajo Fender Precision con un golpe certero contra el escenario. Y que repitiera la gesta. Lo mismo que hace la hinchada de Rosario Central con Aldo Pedro Poy y su “palomita”. El actual pintor podría haber frenado el bajo a centímetros del suelo y dado comienzo a los festejos con las diecinueve gemas que conforman London Calling. Si el homenaje suena ridículo, allí están las estampillas con la fotografía tomada por Pennie Smith y que ahora circulan en Inglaterra, obra del Royal Mail. En ese país se lanzó una versión en vinilo calcada de la original y la Argentina tendrá la suya (en CD más el DVD The Making of London Calling, obra del histórico documentalista del punk Don Letts).
Reconfiguración del pop y de la manera en la que la música puede ser memorabilia y/o algo real. No es insólito. Una de las mayores ironías de The Clash es que, justamente, fue un ejecutivo discográfico quien los llamó “la única banda que realmente importa” y que ese lema se asemejó a la verdad. Si bien con London Calling se llevaron por delante todo, y a todos, la industria que lo contiene (¿el mundo?) ya no es la misma. No se avistan eras nucleares como bramaba Joe Strummer en la canción homónima, al menos no con los nombres de la Guerra Fría. Brixton tampoco es centro de revueltas sociales y raciales (de allí el himno que le dedicó Simonon): hoy es un pujante barrio, como lo demuestra el O2 Academy (epicentro del rock business británico). Pero hoy esas canciones tienen por qué ser oídas. Si hay algo puro en London Calling es su impureza. Su desacralización de todos los preceptos que habilitaba el punk y el rock en general. Su mezcla de géneros. Su revisionismo del rock and roll primigenio. Su radicalidad y sus capas, con un mensaje atento a brindar una cuota de esperanza. Y su sonido abierto en manos de una banda consecuente con su prédica.
Londres llamando, The Clash grabando
1979. A más una década del arribo de The Beatles a New York, The Clash tuvo su periplo del otro lado del Atlántico. El tour de varios meses influye con sus texturas, sonidos y aromas a un disco cuyo título, paradójicamente, proviene de un programa de la BBC durante la Segunda Guerra Mundial. A la vuelta del viaje, Inglaterra los recibe con la flamante primera ministra Margaret Thatcher lanzando recortes sociales y medidas guerreras. Un espaldarazo de política conservadora que atormenta a Joe Strummer.
No es un hecho menor que rompieran lazos con Bernard Rhodes, su manager. Por este desbarajuste, y con el jetlag a cuestas, se mudaron de sala hasta el Vanilla Studios, donde compusieron (Jones, la mayor parte de la música; Strummer, las letras), ensayaron y tocaron sin parar covers de Bob Dylan y Bo Diddley, se lanzaron en jams interminables de géneros y jugaron mucho al fútbol (parte de esa insurgencia creativa quedó registrada en The Vanilla Tapes). En menos de un mes se mudaron con sus demos al Wessex Studios y convocaron a Guy Stevens, mezcla del poeta beat Allen Ginsberg y Phil Spector, reconocido por sus técnicas poco convencionales de producción y por haber grabado con Mott The Hopple y Procol Harum.
“Hasta hoy nadie le da el crédito que se merece a Guy”, asegura Don Letts al NO. Stevens podía lanzar sillas alrededor de los músicos, gritar al oído de Strummer “Jerry Lee Lewis... Jerry Lee Lewis” invocando el espíritu del rock and roll, e irse a las trompadas con el ingeniero de sonido Bill Price por el control de la consola. “Guy era muy inusual... –señaló Price–. Creía que su trabajo era maximizar las emociones y los sentimientos de un artista frente a un micrófono mientras grababan. El método lo llamó ‘direct injection’. Funcionaba mejor en algunas personas. Lo hizo perfectamente con Joe.”
Grabado el disco, volvieron a girar y a pelearse con CBS (el primer escollo había sido la elección de Stevens). En cierta forma, The Clash sembró la semilla que, ayer nomás, retomó Radiohead con In Rainbows. Lograron algo inédito: que el doble fuera vendido como un solo disco (lo repitieron con el triple Sandinista). La artimaña fue acompañar la placa con un vinilo de 12 pulgadas que incluyó nueve temas. Fue lanzado el 14 de diciembre de 1979 en Inglaterra. La repercusión de la crítica, la buena venta, su gran momento en vivo, su aura pre-MTV, todo sirvió para colocarlo en el pedestal de clásico, aumentado con los años por un dato: por haber sido editado en Estados Unidos en enero de 1980, la Rolling Stone lo desempolvó como el mejor disco de esa década, superando a gigantes como Thriller de Michael Jackson y Back in Black de AC/DC.
Con canciones de orfebrería, semejante historia, urgencia y la nostalgia metiendo la cola, el status es lógico y merecido. Y las encuestas y premiaciones posteriores no tardaron en llegar. “Muchos dicen que ésa fue nuestra hora cúlmine. London Calling demandó un montón de trabajo, trabajo sin parar”, recordó antes de partir Strummer en Westway to the World, el documental filmado por Don Letts, quien vino a la Argentina para un Bafici.
Argentinian Bombs
“Creo que fue una bomba que explotó con el tiempo, mediante Sumo, Los Violadores, Los Cadillacs, bandas que tomaron de allí casi todo. No me imagino a León Gieco, Charly García o Raúl Porchetto escuchando el disco ni bien salió. Fue carcomiendo por debajo, subterráneo, subliminal.” Las palabras de Chivas Argüello, líder de NormA, resumen cómo sedimentó London Calling en la Argentina. Tal vez se equivoque en un punto: Charly García puso su ojo ácido y perspicaz en los británicos. Esa estrofa de Mientras miro las nuevas olas en la que ve a Simonon como un copión de Pete Townshend y una segunda estaca en No bombardeen Buenos Aires, ya en plena Malvinización del rock. Uno de esos pibes de barrio que “curtía mambos, escuchando a Clash” era Pil de Los Violadores. Así lo evoca: “Fuimos pocos los que lo escuchamos a tiempo; la música argentina joven, digamos de rock, pop y folk, estaba a años luz del sonido, pensamiento y actitud de una banda como The Clash”. Al vocalista lo sigue “atrapando por completo” como la primera vez que lo escuchó en una disquería en Belgrano.
Eran tiempos de dictadura, y nacía una escena incomprendida en la que habitaban, entre otros, Los Baraja y Alerta Roja. Gamexane, de Los Laxantes, evoca los días en los que compartir un vinilo era tarea enriquecedora. El Todos Tus Muertos se “estremeció” cuando lo oyó en la casa de Hari B, fundador de Los Violadores. El guitarrista se hincha de orgullo cuando cuenta que conoció a Strummer en Japón y su sorpresa de que supiera de la obra de TTM.
London Calling también fue iniciático para una segunda camada de músicos que lo conoció en tiempos de secundaria. Goy de Karamelo Santo lo conoció en Chile (“Joe Strummer es mi amigo indiscutible. Sin conocerlo”); Chivas en La Plata; lo mismo para Luciano Scaglione de Attaque 77: “Comencé a entender más la música y especialmente el movimiento de la new wave, donde el punk era algo en plena transformación”, señala el bajista, quien aún gruñe por haber tenido en sus manos un original, pero no las libras suficientes para comprarlo en Londres. La sensación sigue firme sin que medie el tiempo. Chivas rescata: “El ahora, la potencia, la frescura, la oscuridad, tanta direccionalidad, energía pura”. Todo eso quiso transmitirse en los volúmenes de Buenos Aires City Rockers, dos discos de homenaje a la banda. Un párrafo aparte para Los Fabulosos Cadillacs, quienes versionaron dos temas de London Calling (Revolution Rock y Guns of Brixton) y además grabaron Mal bicho junto a Mick Jones. Unos y otros trastrocados por un disco que resumió el sentir de una banda política, pero con una p minúscula, como alertó Simonon, de una política personal. La frase sigue: “Y cuando alguien dice: ‘No pueden hacer eso’, creo que tenemos que pararnos y preguntar: ‘¿Por qué?’”.
Las canciones London Calling. El pulso marcial anuncia uno de los grandes himnos del punk o cómo el género puede ser agresivo, dejando de lado la rapidez. Según Chivas Argüello: “El arranque es tremendo, tiembla todo, es salvaje la justeza, las palabras, la forma en que canta Strummer. Emociona”.
Brand New Cadillac. Uno de los dos covers del álbum (Vince Taylor) con el que revisitan su versión de América montados a un rockabilly humeante. Favorita de Gamexane por “su potencia punk-rocker”.
Hateful. Por algo los Clash sembraron a Mano Negra, una melodía con órgano incluido y dientes tensionados. Para Goy: “Si hoy escuchás el punk rock, el reggae y el ska que se hace en el mundo, suena a esta banda”.
Rudie Can’t Fail. Un reggae homenaje a los rude boys de la isla. Demostración, como dice Pil, de que “se largaron al ruedo con todas sus influencias”.
Spanish Bombs. La más bella canción dedicada desde el rock a los republicanos de la Guerra Civil Española, García Lorca incluido. Pil destaca: “Toda su música adornada con líricas apocalípticas, como en London Calling, o la real crudeza y las referencias históricas en Spanish Bombs”. Elegida también por Scaglione: “La actitud, el modo de plantear las temáticas sociales y políticas. Sin duda, a partir de este disco se empieza a tomar al punk en serio”.
Lost in the Supermarket. La voz de Mick Jones tiñe de melancolía una melodía suave y de tempo para la disco. Fue escrita por Joe Strummer, quien pensó en su compañero creciendo con su madre en un cuarto minúsculo. Las referencias a la comercialización del rock tampoco faltan.
The Guns of Brixton. ¿El mejor tema reggae de la historia escrita por un chico blanco? Para Pil, “Simonon nos describe su barrio de una manera simple e inigualable”. El bajista se probó a sí mismo, y a los demás, que podía componer, cantar y llevar el género a su propia costa.
Wrong ‘Em Boyo. Tema propio del ska two tone. “Me gustaba para saltar y bailar. Mucho inglés no sabía. Me transmitía algo que sólo Los Beatles habían hecho, sin entender su idioma”, recuerda Goy.
The Card Cheat. Elvis Costello hubiera dado sus anteojos por ese piano que diluvia entre épico y new wav e.
Revolution Rock. Clásico de Jackie Edwards y Danny Ray que la banda se apropió para bailar (in)consciente de su gesta musical. “Amaban el reggae y fue movilizante ver mi cultura teniendo impacto en la suya. Me puso contento, ya que tocaban un reggae honesto, bien adelante. No era una moda. Joe y Paul estaban muy metidos con el género. Y las canciones eran un reflejo de eso”, asegura Letts.
Train in Vain. Canción que iba a un compilado de la NME. Les gustó tanto que decidieron colocarla escondida cuando ya habían terminado el álbum. Por eso no aparece en la primera cubierta.
Página/12 :: no “Los problemas siempre van a ser los mismos”
El cineasta Don Letts avanza con sus dreadlocks hasta el teléfono y, cuando toma el tubo, lanza su metralleta inconfundible de poeta callejero. El hombre que “agarró una cámara porque los punks no habían dejado ningún instrumento”, el que llevó el reggae al club Roxy y fue nexo entre Bob Marley y esos desclasados (aunque advierte que “no estoy definido por mi color”), el que filmó videos para The Clash y tocó con Mick Jones en Big Audio Dynamite, hoy sigue con su prédica de mixtura creativa. Filma y es DJ radial. “Culture Clash Radio (de la BBC 6, puede seguirse en la web) es de una forma extraña lo más honesto que he hecho. Están presentes todos los aspectos de los que soy. Hablo un poco, pero más que nada es música. A veces hago algún especial, como uno reciente sobre la vida de Joe Strummer.” Y el lema de ese gladiador (“el futuro no está escrito”) también anida en Letts, motor de Shatter the Hotel, un disco con versiones dub de temas de The Clash a beneficio de Strummerville, “usando y haciendo música para ayudar a la gente”. Ese futuro tuvo un inicio. Los conoció en Acme Attractions, su local de ropa: “Tenían mucho estilo y actitud –recuerda–, pero lo que me convirtió en un fan fue verlos en vivo. Eran como un pack de dinamita, tenían muchísima energía y carácter. Te convertían para siempre (...) Y si bien en un comienzo nos unió nuestro cariño por la música de Jamaica, al igual que yo habían crecido con Led Zeppelin, Cream y Mott The Hoople. Así que todos estábamos impresionados por los gustos de unos y otros. Fue el amor mutuo por la música lo que nos hizo amigos”.
–¿Cuál fue tu percepción cuando empezaron a trabajar en London Calling?
–Es un momento muy interesante en la vida de The Clash. Estaban bajo mucha presión de la discográfica, no tenían manager y su segundo trabajo no había sido bien recibido. Estaban contra la espada y la pared, no sé si me entendés... Lo particular de The Clash es esto: cuanto más presionados estaban, mejor tocaban. No tomaban la ruta fácil. Se las ingeniaban para que sea duro. Eran más creativos.
–Todo el concepto del álbum, mezclar punk con otros géneros...
–No fue un realmente un concepto, ¿sabés? Lo puedo comparar con Culture Clash Radio. Mucha gente piensa que Don Letts sólo pasa reggae o punk, pero les muestro todo tipo de música. Cuando The Clash hizo el primer disco se pensó que eso era el punk, con guitarras rápidas y ruidosas. Pero se pararon y dijeron: “¡No! Vos no decidís lo que es el punk. ‘Nosotros’ decidimos lo que es el punk”. Por eso no creo que haya un concepto. Adaptaron los géneros a su música con las guitarras siempre adelante. Fue algo muy orgánico.
–¿Nada premeditado?
–Fue totalmente natural. Cada uno pudo explorar lo suyo. Joe al frente. Mick con todas sus melodías. Paul cantando. Incluso Topper podía liberarse con las jams bien del jazz. Cada uno formaba ese todo hermoso que se oye en el disco.
–¿Tuviste la oportunidad de estar en Wessex durante la grabación?
–Estuve allí un par de veces. Lo gracioso es que no me acuerdo de nada. Pasaron 30 años. Pennie Smith me dio algunas fotos donde estoy al lado de Joe mientras hace las voces. Pero no puedo recordar nada (risas). Fueron muchos estudios con The Clash.
–¿Y de la presentación en vivo del trabajo?
–Sus primeros shows duraban poco más de media hora y luego de London Calling lo hacían de una forma muy compacta por más de dos. Lo increíble es que un año después de lanzar London Calling editan Sandinista, ¡un triple! Pensá en eso. Te puede gustar o no, pero siguen siendo tres discos. Y en el medio giraban. Estos tipos estaban operando al tope de su juego.
–Es inconcebible que en menos de una década hayan dado tanto...
–Por eso cuando chocaron fue tan duro. Implosionaron. No quedaba otra alternativa. Grababan y tocaban todo el tiempo. No se daban un descanso. Deberían haberse tomado unas vacaciones.
–¿Es el último gran disco de los ‘70 antes que uno de los mejores de los ‘80?
–Uh, man, eso fue algo creado por los medios. Rolling Stone dijo que era el mejor disco de los ‘80. Pero fue lanzado en 1979. Cuando Los Beatles lanzaron sus primeros discos escuchaban música de los ‘50. La cosa no es tan simple. Fue un gran disco lanzado a fines de los ‘70 y escuchado a comienzos de los ‘80. No me importa dónde lo pongan realmente. Es un gran puto disco. Para mí siempre tendrá algo que ver con los ‘70. Eramos chicos en ese entonces. Del ‘77, College of Knowledge (Colegio del conocimiento).
–Bueno, en la Argentina, sus discos fueron escuchados en un contexto dictatorial desde un espíritu más político tal vez...
–Esa es la causa. Lo que pasó en un lado en los ‘70 luego pasa en otro en los ‘80. ¡Ey! Y en otros en los ‘90. Es una mierda revolviéndose. Los problemas siempre van a ser los mismos, pero los reconocemos cuando los vemos. Es un disco que tendrá significado de acá a veinte años. Trata de emociones universales de los humanos. Tal vez haya otro soundtrack entonces, pero los problemas serán los mismos. Por eso la gente recurre una y otra vez a Imagine de John Lennon, The Times are Changing de Bob Dylan, What’s Going on? de Marvin Gaye, o Get up Stand up por Bob Marley. Siempre habrá lugar para ellas.
–Estás en la tapa de Black Market Clash con una imagen de las revueltas en el carnaval de Nothing Hill en 1976. ¿Qué sentiste al verte en la tapa de un disco?
–Sí, en Portabello Road. Ese soy yo. Al principio me resistí. Lo gracioso de la foto es lo que la cámara no muestra, y es lo que está detrás de mí. Parece que estoy enfrentándome a todos los policías. Pero no se ve que detrás de mí hay cientos de negros con palos y botellas a punto de lanzarlos. En realidad trataba de escaparme de todo eso (risas).
–Hiciste Punk Rock Movie durante la explosión del movimiento, Punk: Attitude y Westway to the World fueron filmadas en el nuevo siglo. ¿Cambió tu perspectiva?
–En realidad, no mucho. De por sí el nombre Punk: Attitude dice bastante. El punk es una forma viva, podés ser punk y doctor, hay escritores punks, hay periodistas punks, desde el diseño, la indumentaria, las artes plásticas. El punk no es algo que leés en libros de historia. Es mucho más que música; si sólo hubiera sido eso, no habría generado tanto.
–Resaltás que al punk debe comprendérselo en un contexto determinado. ¿Cuál es la importancia en ese sentido de London Calling?
–El quantum es que mostró algo. Al principio se pensaba que el punk era nihilismo, cortes mohawks y cosas negativas; no era nada de eso. Era ensamblarse con otros, individualidad y libertad. Y cuando escuchás London Calling oís eso. Redefinieron lo que para ellos era el punk. Ese es su legado más impresionante: cuánta mente abierta puede tener uno uniéndose con otros.
El arte de tapa
Como toda gran invención, la tapa de London Calling se debe a una serie de equívocos. Paul Simonon se dejó llevar sin darse cuenta de que ese bajo no era el de repuesto (hoy luce astillado en el Salón de la Fama del Rock & Roll en Cleveland). La fotógrafa Pennie Smith no quería que esa imagen, imperfecta técnicamente, esté en la portada. Según el diseñador Ezequiel Black, quien homenajeó la cubierta con el afiche del film Que sea rock, en la imperfección radica el plus. “Contradiciendo a Stefan Sagmeister –decía que lo genial de diseñar para la música es que ésta no tiene imágenes–, Ray Lowry encontró en el diseño de London Calling una en vivo que el tiempo volvió símbolo de la banda. La energía, la desmesura y rebeldía condensadas en una toma. Es desprolijo y vibrante. Una decisión inédita: ilustrar un disco de estudio con la foto de un recital.”
Hoy, la tapa es revisitada por Los Violadores: “Hace años rondaba por mi cabeza, y qué mejor que a los 30 años de London Calling, y qué mejor que Rey o Reina, para mí uno de nuestros mejores álbumes”. El tributo no acaba ahí: “El tema Rey o Reina tiene un tufillo a London Calling y eso se llama ‘reconocimiento’”. Sobre la foto, elegida la mejor del rock por la revista británica Q, Smith sentenció: “No tomo fotos de bandas sino de gente”. “Lo interesante es que se toma la cubierta del primer disco de Elvis, él con su guitarra, y acá Paul aparece rompiendo el bajo. Venía de la idea de llamar al disco The Last Testament. Como el último testamento rockero. Después la desecharon. Les parecía un poco presuntuosa”, dijo Letts. Y agregó sobre el mentado tema del look captado durante años por Smith: “Cada individuo sumaba, como en la grabación del disco. Uno guerrero, otro con clase, urbanos y callejeros; pero se asimilaban bien”.