Si le pasó a Shrek, por qué no podía pasarle a Sid, Manny y Diego. Lo que le sucedió a Woody ocurre una vez cada tanto: que la segunda película sea mejor que la primera. Salvo Toy Story 2, por lo general la frescura falta en el guión de toda secuela animada. Por más que Scrat, la ardillita, tenga muchas más apariciones, La era de hielo 2 hace agua allí donde el deshielo en la primera hacía brotar risas y sonrisas.
Ya pasó el gran deshielo, ahora el problema es que las paredes de un glaciar están por ceder y el agua inundará todo el valle. Así que lo mejor que pueden hacer el perezoso, el mamut y el tigre diente de sable es arriar a las otras especies lejos de allí. Con Scrat dando vueltas por ahí, persiguiendo su bellota atacado por pirañas y aves de rapiña, entre otros desastres de la naturaleza, en realidad todos miran a Manfred, el mamut, como el bicho raro. Es un animal en extinción, y cuando el mastodonte comienza a necesitar ayuda terapéutica, se cruza en su exilio del valle con Ellie, a todas vistas una mamut. El problema es que ella se cree una zarigüella, a la que acompañan precisamente dos animalitos de esa especie con los que se crió.
Los chicos más chicos, que tienen la ingenuidad a flor de piel y todo les parece bárbaro, ya que delante de sus ojitos no han pasado todavía muchas historias animadas, la disfrutarán. Ahora si usted es padre o madre de algún vástago que se acerque a los diez años, no espere que La era de hielo 2 le arranque risotadas a su hijos. La ración viene más escasa, y no por ser más larga que la original la nueva es más divertida.
¿Es que los personajes no son simpáticos? Obviamente qu elo son, lo que no tienen son salidas tan ingeniosas, ni secuencias tan bien logradas como en la primera. Algo que podía ya verse en Robots, realizada por el mismo equipo.
Es que la animación computarizada, en vez de ganar en formas y dispararse en ideas, se está encerrando en sí misma. Le pasó a DreamWorks con Madagascar, y antes con El espanta tiburones: repetir una fórmula económicamente puede funcionar, pero los chicos en el cine comen pochoclo, no vidrio.
Y eso que el guionista es Jon Vitti —lo fue de varios programas de TV basados en el humor, como Saturday Night Live, Los Simpsons y El crítico—. El gag asociado con los problemas de esfínteres ya fue patentado por el ogro verde, y la poesía que aparece —en el flashback de Ellie, cuando era una bebé mamut— equilibra un poco las cosas.
Pero el trío se anima, está ahí, en medio de un horizonte de ensueño, y el interés no se se resiente nunca. Sin presencia humana en pantalla, igualmente la mano del hombre tiene mucho que ver.